Maldito asfalto by S. A. Cosby

Maldito asfalto by S. A. Cosby

autor:S. A. Cosby [Cosby, S. A.]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga
editor: ePubLibre
publicado: 2020-01-01T00:00:00+00:00


CAPÍTULO 17

RONNIE LLEGÓ AL BLOQUE DE viviendas de Jenny con la radio a todo volumen y una botella vacía de Jack Daniel’s en el suelo. La sonrisa se le ensanchaba más y más a medida que se acercaba a la puerta. Llamó tres veces, se detuvo y luego llamó otras dos más. Jenny entreabrió la puerta. Ronnie vio que no había quitado la cadena.

—¿Traes el dinero?

Apenas le veía la cara por la rendija de la puerta.

—Bueno, pues hola. ¿Me dejas entrar?

—¿No me lo puedes pasar?

—No, en realidad no. Lo llevo en las cajas —dijo, sacándose las cajas de cereales de debajo del brazo.

—¿Cajas de cereales?

Ronnie volvió a sonreír.

—Si me para la poli con casi cien mil pavos en metálico, me va a hacer preguntas. Si ven el asiento trasero lleno de cajas de cereales, solo van a pensar que me encanta desayunar.

—Pues vale. Pasa la caja por la rendija.

Ronnie frunció el ceño.

—¿Hay alguien más ahí dentro?

—Ronnie, dame mi dinero.

—Eh, que no estamos casados ni na, solo preguntaba. O sea, esperaba pasar la noche contigo, pero si tienes a un tío ahí dentro, me voy por donde he venido. Eso sí, estoy decepcionado.

Le entregó una caja y luego la otra. Jenny se las quitó de las manos con una rapidez pasmosa.

—¿Te encuentras bien? Estás rara.

—Ahora mismo tengo mucho jaleo. Hablamos luego.

—Yo que tú, no les quitaría el ojo de encima. Que no se entere tu amiguito nuevo de que guardas una magia deliciosa.

Cerró la puerta y echó la llave.

—¡Vaya pedazo de zorra! —dijo Ronnie en voz baja. Silbó una melodía tenue y breve y regresó al coche. Quizá ya fuera hora de cambiar. De todas formas, a Jenny se le empezaba a notar que la habían montado y desgastado.

Jenny abrió las cajas. Ambas estaban hasta arriba de pasta. Las colocó en el sofá y fue a la habitación. Cogió unas cuantas camisas y pantalones y los metió en una bolsa de viaje. Volvió a la cocina y sacó el azucarero del armario. Había escondido unos veinte Percocets en él. Un regalo de Ronnie. Se echó todas las pastillas a la mano y las guardó en un bolsillo lateral de la bolsa de viaje. Le cayó en la cara un mechón de pelo mojado, pero no se molestó en retirárselo. El lamento de una guitarra eléctrica la obligó a dar un respingo, igual que un gato en una perrera. Miró el suelo de la cocina.

El hombre por fin había dejado de sangrar. El mango de un cuchillo de carnicero de veinte centímetros le sobresalía del cuello igual que la manivela de una caja sorpresa. El sonido de la guitarra iba acompañado de una leve vibración que le provenía del bolsillo de los pantalones vaqueros. Era la décima o la decimoquinta vez que le llamaban al teléfono desde las tres. Jenny se le acercó, con cuidado de evitar el charco de sangre que le rodeaba el cuerpo, y abrió el congelador. Sacó la bandeja de los cubitos de hielo y metió tres cubitos en una pequeña bolsa de congelados.



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